miércoles, 22 de diciembre de 2010

¿Navidad? ¿Qué Navidad?

NARRATIVA

Llega dando saltos de alegría, con su juguete en la mano, deshecho y desdoblado en sus ropas y pintas. La barba de tres días o de cuatro, oculta heridas, cicatrices, llagas o sabe Dios qué...
La rutina de sus palabras le lleva a la rutina de su conducta.

- ¿Qué David? ¿Estás listo para la navidad?
- ¿Navidad? ¿Qué Navidad?

Y se marcha con sus fantasías y sus obsesiones oníricas. Una retahíla de gestos y frases mal dichas y la locura que lo mantiene vivo y ajeno a todo lo que le rodea. Para él, es una semana cualquiera.

lunes, 6 de diciembre de 2010

Controladores Criminales

ACTUALIDAD

Cuando personas que cobran más de 200.000 euros al año. Que viven como dioses, sentados en un trono controlando una operación cada hora y que descansan media hora cada dos... siendo un colectivo protegido, con una independencia total en sus acciones, cometen actos irresponsables como los del otro día, sólo queda una opción y es la de sancionarlos gravemente de manera ejemplar y realizar reformas para que estos energúmenos no vuelvan a fastidiar a todo un país con sus pretensiones y chantajes al estado.

Han quedado en evidencia ante todo un país, que ahora pide justicia. Un colectivo de trabajadores que son los mejores pagados y que nadie ha obligado a ejercer en dicho trabajo. España entera ha saltado ante el abuso y el acto "casi terrorista" de abandonar su puesto de trabajo y dejar en colapso todo el tráfico aéreo español y causar millones en perdidas económicas.

No han faltado los de siempre. Los demagogos que responsabilizan al gobierno de todo. Los que sólo quieren tener migajas electorales de todos los problemas que ocurran en territorio español. No han dejado de salir las lenguas viperinas de la derecha extrema, de la herencia franquista, que son ases revolcándose en la mierda para volver a gobernar.

Y es penoso, muy penoso... así es este país.

lunes, 8 de noviembre de 2010

La Dama

POESÍA

Soy la que todos temen,
la que espera en silencio.

Soy la dueña del tiempo
y la verdad del instante.

Soy la Triste Recadera,
la Mala Fortuna,
la que recibe flores,
la que ahuyenta alegrías.

Soy el tímido cabalgar
en la noche.
El estruendoso rugir
de las armas.
El viento en los rostros.

El caminar de los días.


Javi Cortés

jueves, 30 de septiembre de 2010

POESÍA


Vísteme de payaso una vez más

y ríe tus silencios al contemplarme.

Para callarme, píntame la boca

mis lágrimas blancas ya borradas.

Para olvidarme, disfraza mi cara

maquillando tu alma.

Vísteme de payaso una vez más

y deja que la tristeza y el llanto

sonrían en mis ojos.

Para desgarrar la ternura

con tus burlas.

Para que la obra rompa

el telón de tu fracaso.

Vísteme de payaso una vez más

y acaba con tu comedia.

Estaré llorando tus carcajadas

y riendo tus lágrimas.



Javi Cortés

martes, 14 de septiembre de 2010

POESÍA


De la habitación en yerma esquina

De sus manos desprendidas

Envejecidas por el tiempo

Descansan aquellas cartas

Letras que lloran con llanto amargo

Lágrimas secas en papel mojado.

Donde ayer habitaba la esperanza

Hoy su llama se verá extinguida.

Como un látigo de cruel existencia

Golpeará manos, pies, espalda y cabeza.

La risa, la ira, el viento y tus ojos

Glorioso se los llevará el invierno.


Javi Cortés

sábado, 4 de septiembre de 2010

Y la rueda sigue girando

LO COTIDIANO

Tenemos, los seres humanos, una vida que muchas veces se extiende más allá de lo necesario. Vidas llenas de emociones, de experiencias, de errores y de aciertos. Una vida dividida en partes. En etapas que te hacen crecer como persona o simplemente envejecer con el transcurrir de los días, semanas, meses y años. Como una rueda, la vida gira y gira. En ocasiones te da alguna oportunidad de rectificar el terreno perdido o volver a examinarte de una vieja asignatura olvidada. Pero eso no ocurre habitualmente y lo normal es ver como tus acciones terminan por definir lo que serás en el futuro. Para bien o mal.

De vez en cuando, esa estrella fugaz que viste en el pasado vuelve a brillar en el horizonte y te preguntas por qué no intentar atraparla antes de que se escape de nuevo, pero claro... hay millones de detalles, millones de circunstancias que siempre parecen predestinadas a estropear el origen de tus deseos y se quedan esperando en realidades alternativas mientras tu reflejo sigue mirando otra oportunidad perdida, otra ocasión fallada y la misma rutina de siempre.

¿Cuestión de suerte? ¿El destino? Tal vez ambas cosas o ninguna. Lo cierto es que a veces las historias que se producen y se realizan en esta rueda de la vida no son siempre las correctas y mientras unos se equivocan para darse cuenta de su error al cabo del tiempo, otros sufren contemplando su mala fortuna volviendo a dejar escapar el mismo tren.

lunes, 23 de agosto de 2010

La Caricia del Viento

LO COTIDIANO

Eres un niño. No tienes más de siete años y cuando tu padre te lleva a la playa, el recorrido desde tu casa a aquel sitio inmenso lleno de arena y agua, se te hace tan largo que durante todo el trayecto pasan por tu cabeza mil y una historias llenas de fantasía y de imaginación. La imaginación que hace de un niño la herramienta más poderosa del mundo. Recuerdo con nostalgia, ahora que reproduzco aquel viaje en algo menos de 10 minutos, como sacaba la mano por fuera de la ventana y jugaba con mis dedos modelando el aire y sorteando como un delfín las olas en forma de viento.

Me encantaba ver como la fuerza del aire me empujaba hacia atrás la mano y en un gesto tan sencillo como ahora inexplicable, me pasaba todo el viaje, acariciando con mi mano la brisa del mar. Algo que se repetía entonces en casi todos los niños y que sigue sucediendo hoy en día.

No recuerdo cuando fue la última vez que saque la mano para acariciar el viento pero seguramente coincidirá con el mismo día en que dejé de soñar.

lunes, 9 de agosto de 2010

Un día gris

LO COTIDIANO

Un día gris en verano es como un helado boca abajo. Una zancadilla en la esperanza del disfrute solar que durante estos días estivales cobran vital importancia en el ámbito urbano de una sociedad ya de por sí "quemada" por el calor de la rutina y de las altas temperaturas.

Un día gris en verano es cambiar de planes, optar por tareas secundarias, por algo que con sol no harías, por algo que desde el primer momento vas a realizar pensando única y exclusivamente en cómo podía haber sido el día sí esas dichosas nubes no hubieran aparecido.

Un día gris en verano es la habitual eventualidad o circunstancia casual que uno espera pero siempre pensando que no será protagonista de su maléfico acto sino que estaría realizando alguna tarea secundaria que es precisamente lo que toca hacer en el día de hoy.

sábado, 31 de julio de 2010

Lágrima de Mar

RELATO

Hoy es la ocasión para postear un relato que obtuvo el Primer Premio de Prosa de las
XIV Jornadas de Exaltación Poética a la Virgen de Candelaria durante el año 2003, en el precioso municipio de la isla de Tenerife.

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Hoy, al mirar de nuevo este horizonte, plasmado en mis recuerdos, tras muchos años lejos de Canarias, han vuelto a mi memoria, aquellas imágenes de aquellos días en Candelaria. He vuelto a recordar aquel aroma del mar y aquella brisa fuerte que me abrazaba en la noche con dulzura, envolviendo mis sueños de niña.

Cuando eres pequeña, todo te parece grande. La distancia que había entre Santa Cruz de Tenerife y Candelaria era para mí un viaje en coche eterno, como si me fuera a otro país. Miraba los paisajes pegada a la ventanilla, inventando historias y cuentos fantásticos que crecían en mi interior como un continuo florecer de ideas y sensaciones que me llenaban de felicidad. Las montañas, los acantilados, las nubes, el mar... Todo era parte de un sueño mágico que llegaba siempre en Verano, al finalizar las clases.

En Candelaria teníamos una casa vieja, cercana al mar, propiedad según mi padre de un pariente de la familia que la había dejado abandonada tras morir de una larga enfermedad. Aquella casa era vieja sí, pero tenía en su interior algo que era cálido y familiar. Las paredes, pintadas por una cal blanca casi ennegrecida por el tiempo, enmarcaban la inmensa chimenea de piedra que presidía la sala de estar. Los muebles olían a mar y el aroma del agua salada se extendía por todas las habitaciones construyendo una suave pero intensa atmósfera fresca.

Al lado de nuestra casa estaba la de Don Manuel, marido de tía Eugenia, que -según mi padre- se había quedado paralítico tras haber naufragado con su barco en la costa junto con su hijo. Desde aquel entonces, por las heridas y seguramente por la muerte de su hijo, permanecía anclado en una silla de ruedas sin articular palabra y sin moverse.

La tía Eugenia era una mujer extraña. Nunca habíamos tenido demasiado contacto con ella y mi padre era el único con el que todavía se hablaba de la familia. Su carácter huraño y cerrado con los demás la habían llevado a ganarse en la Villa, el apodo de “La Vinagre”. No hablaba casi nada y según mi madre solamente salía de casa para comprar algunas cosas y para asistir a escasas visitas médicas. Visitas que cada vez se había hecho más a menudo y en las cuales le habían diagnosticado una enfermedad en el corazón. Y aquí es donde mi historia se cruza con la de tía Eugenia. Aquel día que nunca olvidaré.

- ¡Yaiza! – exclamó mi padre desde la ventana de casa-. Ven. Escúchame un momento, por favor. -dijo seriamente -. ¿Te acuerdas de la tía Eugenia, no? El médico le ha dicho que tiene que cuidarse el corazón y que tiene que hacerse unas pruebas. Tu sabes que tía Eugenia tiene que cuidar a Don Manuel y que no se puede quedar sólo muchas veces. Además ahora necesitará descansar y puede que una ayuda le sea necesaria en su casa. Ella es muy maniática y no deja que entre ningún extraño a su casa, así que pensé en ti.

- ¡Jo Papa! –le dije fastidiada-. Me dijiste que estas vacaciones íbamos a ir a pescar por las mañanas.

- Sólo serán unos días. Ya verás que no es mucha tarea- me dijo intentando convencerme-. Si pensé en ti es porque eres joven y estoy convencido de que le caerás bien a tía Eugenia. Además ganarás un poco de dinero como premio.

- ¡Cómo! – exclamé exaltada.

- Bueno sí. La verdad es que tía Eugenia no quiso aceptar si no le dejaba que te diera un dinerillo a cambio.

- ¿Y que tengo que hacer? –pregunté emocionada.

- ¡Vaya! Ahora si te interesa, ¿no? – dijo mi padre sonriendo -. Pues verás, sabes que Don Manuel está muy mal. No habla, no se mueve y tía Eugenia lo tiene que hacer prácticamente todo. Ella te explicará supongo.

- Bueno, pues lo haré – asumí con recelo.

- Mañana entonces creo que te espera a las ocho de la mañana – dijo mi padre.

- ¿Qué? ¿A las ocho? ¿En vacaciones? – pregunté sorprendida.

- Sí – dijo sonriendo mirando con un gesto de complicidad a mi madre -. Ella se levanta a las seis...

Y así empezó aquel verano en Candelaria. Con la exigencia de la mañana despertando sueños y fantasías nocturnas de barcos y piratas que se hundían en el mar mientras la tía Eugenia aparecía para perseguirme con sus temibles ojos.

Dormida y aún con las legañas pegadas a los ojos, me presenté en casa de tía Eugenia. No era como la nuestra. Era una casa más alta, tenía dos pisos y la pintura parecía más nueva y limpia. El tejado, cubierto por viejas redes de pesca, estaba más afectado en cambio por el paso del tiempo y muchas tejas caían unas encima de otra desordenadas, junto con algunas rotas por la mitad. La puerta era de madera vieja. La pintura verde agrietada por innumerables surcos se extendía ante mí. A mi espalda el sol ya se elevaba y las sombras caminaban lentamente por las paredes blancas. Toqué con miedo.

La puerta se abrió lentamente. Ante mí apareció una mujer anciana de unos sesenta años. Llevaba un vestido negro que le llegaba hasta un poco más debajo de la rodilla, completado con una rebeca del mismo color. En la cabeza tenia un pañuelo también oscuro, pero desgastado, llevaba unos zapatos negros con la suela de goma. Me miró fríamente de arriba abajo. Nunca olvidaré aquella radiografía que me hizo en unos segundos con aquellos ojos grises llenos de arrugas. Su cara estaba llena de fisuras en la piel, que hacían de ella una mujer más vieja de lo que su cuerpo – fuerte y vigoroso- aparentaba. Su expresión, seria y hasta cierto punto temible, estaba reforzada por diversos pelos estratégicamente colocados por el destino: en la barbilla, en las orejas, en algún lunar que otro y sobre todo en el profundo y espeso mostacho.

- Tú eres Yaiza, la hija de Carlos – me dijo con una voz severa y ronca, casi sin mover un músculo de la cara.

- Sí – dije susurrando.

- Pasa. Hay cosas que hacer.

Y pasé al interior de la casa. Me sorprendí bastante. Colocados en diversos sitios de la enorme sala de estar, habían multitud de motivos decorativos marineros. Desde cascos de barcos de verdad, aprisionados en la blanca pared, hasta conchas, caracolas, pescados y redes, muchas redes. A un lado, una gran mesa de madera con tres sillas que daban a la cocina, con más decoración de caracolas y conchas, sujetando un feo jarrón con hojas secas. Al otro lado, una escalera de metal negro que subía al piso superior y se perdía en la oscuridad. Sólo una pequeña lamparilla en un extremo de la habitación iluminaba el recinto.

La tía Eugenia me explicó lo que tenía que hacer cada vez que ella no estaba. Vigilar a Don Manuel, limpiar algunas partes de la casa y buscar los mandados que ella necesitara para hacer la comida. En su voz, parecía más un castigo que una ocasión para ganar dinerillo extra.

Y así pasaron los primeros días. Enfrascada desde un primer momento con la compra de alimentos y con la limpieza de algunas figuras y piezas de metal que tía Eugenia tenía en sus armarios. Una tarde, cuando el sol casi rozaba las pequeñas embarcaciones que se perdían en el horizonte, tía Eugenia me pidió que le calentará un vaso de leche y se lo llevara a Don Manuel. Me estremecí. Hasta ahora no me había dado esa confianza. No me había permitido subir al piso de arriba y mucho menos ver o tocar a su marido.

Y así lo hice. Calenté la leche en un caldero viejo y subí lentamente las oscuras escaleras con el vaso caliente y tembloroso en la mano, rodeado por una servilleta. Sentí la atenta mirada de tía Eugenia clavándose en mi espalda y me intenté relajar antes de entrar en la habitación. Al final de la escalera divisé dos puertas, me encaminé hacia la de la derecha pero al intentar abrirla estaba cerrada con llave y el pomo de la puerta tenía mucho polvo como si llevara mucho tiempo sin abrirse. Lo intenté en la otra puerta. Se abrió. Allí en medio de la oscuridad, apareció bajo la única luz de una pequeña vela situada en una mesilla de noche, una figura encorvada y sentada en una silla de rueda. La habitación era grande, poseía una enorme estantería de madera con numerosos libros y un gran ventanal escondido por unas voluminosas cortinas rojas de terciopelo. Afuera, seguramente tendría lugar una puesta de sol majestuosa, dentro de aquella habitación sólo penumbra y soledad. Puse el vaso en la mesilla y observé mejor al anciano. Tenía el pelo canoso, un color casi de blanco marfil, su cuerpo torcido se caía hacia un lado y se acoplaba con dificultad a la vieja silla de ruedas. Lo que más me llamó la atención de aquel anciano, fue la ausencia de vida total en su rostro. Sus ojos, permanecían mirando a la nada. Su piel, arrugada seguramente por la fuerza del sol en su juventud, había creado numerosos canales que cubrían sus párpados y sus mejillas, extendiéndose por toda la cara. Sus manos, como un papel mojado, se retorcían juntas en un acto de silencio.

- No lo mires tanto. Esta como si estuviera muerto – dijo tía Eugenia entrando.

- ¿No siente nada?

- A veces mueve algún dedo y sólo de vez en cuando parpadea. De resto es como un vegetal – dijo bajando la voz y acercándose-. Un simple vegetal.

- ¿Y por qué esta aquí a oscuras? ¿ No lo saca nunca?

- El no quiere ver nada ahí fuera. Detrás de esa ventana no hay nada para él.

Después de aquel encuentro que no llegué a comprender mucho, la tía Eugenia me enseñó todo lo referente al cuidado de Don Manuel. Los alimentos que tomaba, sus medicinas, la limpieza del cuarto. En realidad me acostumbré a cuidar de aquel anciano. Me gustaba esa responsabilidad y me sentía importante haciéndolo. Siempre le llevaba un vasito de leche caliente y se lo daba de beber y aunque nunca me dijera nada, yo me imaginaba que me decía gracias por dentro. Empecé a intentar acortar las otras tareas que tía Eugenia me mandaba a hacer para intentar estar el máximo tiempo posible con Don Manuel.

Cogía libros de la estantería y me ponía a leerlos en voz alta, pasándome horas y horas, hablando con él y preguntándole cosas. Buscaba en su habitación cosas que me ayudaran a conocerlo mejor. Encontré fotos de sus barcos, fotos suyas con tía Eugenia en los que parecían muy felices, fotos de ellos dos con su hijo tejiendo redes de pesca en la playa. Ahora entendía que la habitación cerrada, la que estaba cerrada con llave, llena de polvo y olvidada, era la de su hijo, el que había muerto en el temporal.

Ahora contemplaba a aquel anciano que estaba prisionero en aquel cuerpo inerte que se había quedado en la total oscuridad diaria de aquella habitación y había sobrevivido a una tragedia que le había arrebatado a un hijo y le había dejado muerto el corazón.

En la soledad de mi cuarto pensaba en todo esto y no encontraba respuestas a mis dudas y mis temores. No podía soportar la idea de ver a una persona llevar un sufrimiento tan intenso y que no tuviera la posibilidad de la salvación. Fui a ver a la Virgen de Candelaria, pedí por Don Manuel y por tía Eugenia para que encontraran la manera de recuperar la felicidad que en aquellas fotos yo había visto. En el templo me encontré con mi padre, que me vio triste y me preguntó por mi estado. Le expliqué todo y me entendió, me dijo que tía Eugenia venía todos los días a ver a la Virgen, pero desde aquel fatídico día se había alejado de todo y no había vuelto a pisar la iglesia.

- Eso le pasa a muchos –dijo mi padre – Ven en el dolor una impotencia tan grande que reniegan de lo que más quieren y culpan a Dios por las desgracias.

Tía Eugenia llevaba el dolor por dentro y resignada por el capítulo que la vida le había mostrado con crueldad, se alejó de la luz y se volcó en la sombra para llorar su perdida.

Un día por la mañana no pude aguantar más. Decidí intentar algo. Me dispuse a leerle más cosas y hablarle a Don Manuel de su hijo, y de lo felices que eran antes. El anciano parecía atento como siempre cuando le leía, pero sus ojos no veían más allá de la oscuridad de aquella habitación. Le enseñé el retrato de su hijo, le acerqué la vela, pero el vidrio de sus pupilas no brillaba si quiera con luz propia. Le hablé al oído, le cogí la mano, le grité, pero nada, ni siquiera un gesto, alguna expresión en su rostro. Terminé agotada, sin aire, llorando de impotencia. Necesitaba respirar un poco. En la habitación se había acumulado demasiado calor y la atmósfera era demasiado agobiante, así que me dispuse a abrir las cortinas. Miré atrás un momento, Don Manuel seguía igual, parecía no importarle mis movimientos. Agarré las pesadas cortinas y las arrimé a un lado. Tiré del viejo cordaje y se abrieron lentamente. Poco a poco la luz fue apareciendo y la vela se fue eclipsando ante el resplandor de la ventana. Un espléndido balcón apareció ante mis ojos. La luz llenaba todo el cuarto. Abrí las puertas y entró una pequeña brisa proveniente del mar. Su olor inconfundible. El sol emergía en el horizonte a lo lejos por encima de mar y coloreaba con majestuosidad la espléndida Catedral de Candelaria. Por un momento disfruté de aquella liberación. Entonces me giré y lo vi.

Don Manuel permanecía allí sentado, viendo lo que yo que veía, con su postura inerte habitual y su cuerpo encorvado, pero algo había cambiado. Su expresión era diferente, tenía más color, quizás por la luz que emanaba de la ventana. Pero no, era algo distinto. De repente, en un instante que nunca podré olvidar, se me heló la sangre: una lágrima trasparente y brillante, teñida de naranja, caía lentamente por su mejilla derecha. Permanecí paralizada, inmóvil, no supe reaccionar. En ese momento apareció tía Eugenia, quién al ver el balcón abierto se asustó y como una loca llegó agitada y gritando. Se dirigió hacia mí pidiéndome explicaciones pero al verme la cara, sólo pudo hacer una casa, mirar hacia atrás y contemplar la escena que yo presenciaba. Su reacción fue increíble. Tras unos segundos paralizada por la impresión, las lágrimas se hicieron dueña de su rostro y arrodillándose junto a su marido, empezó a pedirle perdón por todo lo que le había hecho y por no haberle entendido y haberlo dejado a oscuras.

Y en ese momento entendí todo. Esa lágrima no era de tristeza, era de felicidad. Don Manuel vivía y no estaba muerto. Únicamente le hacía falta una cosa, que le llenaba de vida con tal sólo contemplarla y que le devolvía la fe. Aquella inmensa Catedral escondía dentro de sus muros lo que más anhelaba y allí había puesto sus plegarias. En ese reflejo había encontrado todo lo que le había faltado en todos estos años: algo de esperanza.

Javi Cortés

http://www.eldia.es/2003-01-19/cultura/cultura7.htm

martes, 27 de julio de 2010

La Colmena

ACTUALIDAD

Estoy volviendo a leer La Colmena, de Camilo José Cela. Es una novela que leí en mi época estudiantil y que como muchos libros leídos por obligación en aquellos días, se olvidan rápidamente.
Recuerdo haberme examinado de alguno incluso que no llegué a leer...

Esta novela del excelente escritor gallego, tuvo que pasar innumerables filtros de censura en aquella epoca, hablamos de la postguerra española, y fue una tortura para su autor, quien tuvo que redactarla una y otra vez, así hasta ocho veces, como él mismo asegura en su prólogo. Una novela compleja, tanto en su redacción como en su magnífica estructuración de ambientes y personajes.
Llevada al cine por el director Mario Camus en 1982, es una de las grandes referencias de la novela de post-guerra y del estilo realista literario.

Siempre es bueno volver a leer a los grandes maestros.

viernes, 23 de julio de 2010

Un Día menos.

RELATO CORTO

Hoy posteo aquel relato del que hablaba hace unos días. Un relato que ganó el Premio de Relato Corto del Instituto Andrés Bello de Santa Cruz de Tenerife y que tiene la historia que comenté en su momento. Una crítica dura hacia el profesorado y una visión oscura y pesimista del sistema educativo y de la sociedad. Escrito en el año 1993.

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La alarma volvió a sonar. Nuevamente, la tranquilidad del sueño, se estropeaba con ese maldito ruido tantas voces odiado. El sol, irrumpiendo maliciosamente por unos de los huecos de la persiana, alumbraba con rabia, la placentera oscuridad de la noche.
Estaba cansado, no tenía ganas de levantarme y menos de ir a clase – había entrenado la tarde anterior y mis piernas eran llagas de dolor que palpitaban con violencia – no podía moverme, estaba destrozado. Me agarraba fuertemente a todo lo que podía y caminaba con los ojos medio cerrados, tropezando con los armarios de mi habitación como un torpe ciego en la oscuridad. Entré en el baño con la dificultad habitual. El agua estaba helada. Estrellas de colores bailaban delante de mí como en sueño. Me di cuenta de que todavía estaba adormilado y de que mi mente no se encontraba aún en el mundo real. Sentí sobre mi cara como una cascada fría atravesando mi piel mientras golpeaba con el agua mis ojos divididos entre el sueño y la vigilia y procuré abrir los párpados ante aquel parto antinatural.
Después desayuné poco. Esta vez no tenía ganas de comer lo mismo que otras mañanas. La rutina a veces era tan deprimente que los movimientos que hacía al despertarme eran gobernados por la inercia y como una máquina, me dejaba llevar por los impulsos que mi cerebro, en un estado de trance aletargado, mandaba al resto de mi cuerpo como órdenes en forma de costumbre.
Mi mente se quedaba en algunos momentos en blanco mientras pasaban los minutos previos a marcharme a clase. En esos momentos, por mi cabeza pasaban todas las ideas de renuncia y abandono. Ganas de volverme a la cama y acostarme de nuevo, para ocultarme como un niño tras las sábanas de mi cansancio. Pero no tenía opción, debía salir a la calle y enfrentarme a mis obligaciones. A lo que yo, sin ninguna motivación, hacía todas las mañanas: escuchar inútiles palabras durante seis horas.
En la guagua me entretenía. Me gustaba ver la cantidad de gente que entraba y salía. Sus distintas caras, sus distintos peinados, sus diferentes diálogos y expresiones. A veces había gente muy extraña. Se cambiaban mil veces de sitio durante y el viaje y nunca estaban conforme con el aire que se desprendía de las ventanas. Siempre cerraban una y después otra, y luego me hacía gracia ver a otras personas que entraban y se las abrían de nuevo.
Hoy el aire es frío. No hay casi nadie en sentado y las ventanas están todas cerradas. Un viejo vagabundo con unas ropas muy viejas y un cartón de vino se ha sentado delante de mí habla a gritos con el conductor. Él hace que le entiende y articula varias palabras con el viejo borracho. Dos personas detrás de mí murmuran con pedantería y exclaman para sí: “Que mal está el mundo”.
Una curva y un frenazo. Un coche se ha metido por delante y el chófer no lo ha visto. El vagabundo grita: “¡Cabrón, estas sssiego!, haciendo al coche un gesto no muy educado. Las mujeres de detrás se exaltan con violencia y tocan el timbre para bajarse. El conductor abre las puertas en la siguiente parada y las dos mujeres se bajan. Ahora las veo.
Vestidas de negro y con unas narices aguileñas, se agarran fuertemente la una a la otra como protegiéndose del mundo en el que viven y se alejan con un paso temeroso, mascullando entre ellas.
La rutina es inevitable, siempre viaja contigo. Hagas lo que hagas es como una compañera inseparable que nunca se aparta de ti. A veces piensas en lo que haces todas las mañanas y te das cuenta de que siempre es lo mismo, de que no cambia nada, de que la vida de verdad se te escapa en una monótona ausencia de sorpresas y alegrías. Miro por la ventana de la guagua y veo las mismas calles, los mismos edificios, las mismas tiendas y personas. Y permanecen en mí los mismos sentimientos de aburrimiento, cansancio y soledad, como sí ya fueran parte de mí.
Mi parada. Aquí me bajo siempre. Salgo de la guagua y un frío intenso se apodera de mi cuerpo. Me aferro la chaqueta al cuello y me froto las manos con fuerza. Una niebla sale de mi boca con recelo y desaparece lentamente en el aire. Camino despacio, no hay prisa, quedan tres minutos para entrar a clase. El semáforo se pone en rojo y los coches pasan violentamente por la calle durante unos segundos. La gente caminaba con rapidez, se nota en sus caras tristes la felicidad del trabajo matutino. El semáforo cambia de color y cruzo la calle. Mis pasos son los mismos que doy cada mañana, sin varias ninguno, exactamente noventa hasta llegar a la puerta del Instituto. Un grupo de alumnos entra en esos momentos, tienen la misma cara de malhumor de todos los días. Entro con ellos, la sombra del edificio cae sobre mí como la de un cuervo volando por encima. Subo las escaleras, cuarenta escalones me separan del pasillo que conduce hasta mi aula. Noto en mis piernas cansadas un duro pinchazo a cada paso que doy. Me agarro a la barandilla y maldigo la mala suerte que tengo con palabras inútiles que se pierden en mi interior.
No me acuerdo de la clase que tengo ahora. No sé sí es Literatura o Lengua. Quizás ninguna de las dos, pero estoy seguro y Dios quiera que así sea, de que no es Filosofía. No estaría preparado para aguantar un discurso “platónico “en esos momentos de cansancio y sueño. Y menos de mantener la atención a tantas palabras exóticas de los antiguos pensadores griegos que mantenían que la creencia de la mujer no tenía alma.
Entro en mi clase. Casi está llena. Diferentes grupos de falsos amigos hablan entre sí con excesivo protagonismo y diluyen entre sus frases las esperanzas de cambiar las cosas. Dirijo mi vista sobre mi sitio. Un alumno está sentado en mi mesa y habla gesticulando con otro que le escucha atentamente. Me acerco suavemente y los ojos de éste se cruzan con los míos con temor. Abandona rápidamente mi cómodo e improvisado sillón de madera y regresa a su sitio pidiéndome perdón con un gesto con la mano.
Dejo mis libros sobre mi mesa y aparto la silla para sentarme. Siento un reconfortante descanso al hacerlo. Mis piernas doloridas se relajan por un momento mientras cierro los ojos con alivio. De repente, los alumnos entran con urgencia y se sientan en sus respectivos sitios con absoluta rapidez. El profesor de Literatura entra despacio por la puerta con una amenazadora presencia y deja en silencio la ya desanimada clase.
Es un hombre vulgar, entrado en años, con esos años de experiencia inútil que tanto echan en cara los profesores. Su cara, gobernada por un gesto de seriedad forzada, atemoriza a los alumnos, que ven en él a un presbítero inquisidor de la edad media.
Se pavonea con pasos medidos por la clase, con un libro bajo el brazo, como un gran intelectual, mientras mira a sus alumnos con los ojos entreabiertos, rebuscando en su interior la palabra adecuada para comenzar su homilía.
Al fin empieza, como un magistral hombre de letras, mencionando alguna que otra cita barata, recogida en alguna revista del montón y articulando leves y suaves palabras que se traslucen en la atmósfera como expresiones estúpidas y caducas.
Un chorro de artificial improvisación sale de su boca mientras los alumnos copian incansablemente todo lo que dice. Yo me aburro, nada de lo que dice es nuevo. Se remite a mencionar palabras escritas y no enseña nada. Su trabajo es ineficaz e inservible, como siempre.
Un suave y lejano murmullo, casi inaudible, se desliza por la clase. Dos alumnos se preguntan algo entre sí. El catedrático se para e interrumpe su oratoria con fastidio. Mira con desprecio a los dos alumnos como un volcán antes de estallar y suspira con un mal aire su furioso enfado. Los alumnos atemorizados por el incómodo silencio, tragan saliva con dificultad y se secan el sudor de la frente con sus temblorosas manos. El profesor, tras unos segundos, continúa con su hipócrita voz de pedagogo y resalta las Bienaventuranzas de Machado con los ojos cerrados, volviendo a su estado de pasividad doctrinal.
El espacio se condensa cada vez más en la clase y un aura de desilusión se deposita alrededor de todos nosotros. Las palabras del Gran Ilustrado ya no son recogidas por la mayoría de los alumnos y se pierden en el aire incapaces de ser escuchadas por nadie. Miro a mi alrededor. Los rostros de los demás no son diferentes al mío. Unos se retuercen de aburrimiento con discreción, otros dibujan garabatos sin sentido en el cuaderno, otros oyen pero no escuchan y otros en cambio se limitan a copiar lo que va diciendo el profesor, como sí de máquinas se trataran.
Un bolígrafo que cae. El semblante de una alumna se vuelve blanco de terror. Ha cometido la equivocación de dejar caer algo al suelo y el insignificante ruido ha molestado en su discurso al magistrado, que cesa otra vez de hablar con un gesto peor que el de antes y atraviesa con su cólera a la inocente y frágil alumna. La niña mira con miedo a su ejecutante y tiembla de pánico mientras él, con su mirada retorcida escondida tras unas gafas de perversidad, le lanza rayos de odio y rencor. Un sentimiento de indignación me invade de pronto. Su maldito complejo de superioridad, su gran error de creerse más inteligente que cualquier alumno y su abuso de poder, me producen enormes nauseas. La alumna con los ojos llorosos, pide clemencia con la mirada baja mientras el verdugo académico derrama su agresividad, ocultando con su cargo, su enorme ignorancia y falta de sentimientos.
Ser profesor para esto. Hablar y hablar sin decir nada. Leer guiones dictados y no saber explicar. Intentar dar miedo con su presencia y pretender con su imagen de ridículo arquitecto de palabras jubilado que puede hacer daño con sus amenazas. Pensar que su recuerdo va a quedar reflejado en nuestra memoria para siempre, imaginando que es tan importante, cuando la mayoría de nosotros no se acordará nunca de él. No entiende que un mero instrumento del que nos servimos para progresar y cree que puede arruinar la estabilidad de cualquier persona con su repugnante talento al servicio de la sociedad.
Ahora exclama frases repletas de insultos y burlas, delicadamente estudiadas para no buscarse problemas ante algún supuesto rebelde que tuviera valor de denunciarle y agrede con su falso conocimiento de la situación a todos los alumnos, a los que pone en una inexistente escala de valores por debajo de su persona, manifestando con ello su actitud abusiva y reprimida, típica de un déspota licenciado.
Mis sentimientos se apaciguan. De pronto veo en él a un pobre hombre de letras, que se siente fracasado ante tanto brote de ilusión. La ilusión que ve en nosotros y que tanto envidia. Ve como el tiempo se le ha terminado y no entiende que unos chicos con tan poca edad tengan sueños y vayan a ser mejores que él o a triunfar en la vida y por supuesto a no ser nunca lo que él representa.
De nuevo empieza a hablar con su estúpida dicción de pueblo, castigándonos una y otra vez con un látigo de palabras rutinarias que repite sin cesar. Sin duda es un obsesivo y enfermizo colaborador del sufrimiento.
Los minutos pasan despacio, muy lentamente, con asombrosa suavidad. La hora se va haciendo pesadamente dura en su totalidad inerte y se agranda en los segundos que, como sí de días enteros se trataran, camina con lentitud, entre las palabras absurdas y vacías de sentido del profesor.
Una palabra, una frase perdida en el vicioso aire de la oscura y aturdida clase. Las caras sombrías y adormiladas de los alumnos se diluyen entre las notas musicales del breve silencio, que interrumpido por el vasto discurso del ensalzado en letras, se aproxima tras una creciente y lejana esperanza.
Una mirada cómplice aparece. Unos ojos que llevan tras sus pupilas el ansiado momento de oír el delicioso sonido del timbre salvador, que espera en su pacto con el tiempo, el oportuno instante de avisar que el sufrimiento ha llegado a su fin.
Y llegó.
Fue como un estallido de esperanza. Un resurgir de todas nuestras ilusiones y deseos. Una explosión que activó de nuevo todos nuestros sentidos y nos devolvió a la vida. Un sonido tantas veces amado.
Se veían en las caras de todos nosotros unas alegres y relucientes miradas. Se notaba un aire fresco correr entre la clase, un aire de renovación y descanso. El profesor de Literatura exprimía sus últimos segundos de clase mientras dictaba, agarrándose cual garrapata a su perro y mandaba ejercicios para casa, sin duda como venganza. Ejercicios tontos, que le evitaban la tarea de trabajar en casa y le dejaban mucho más tiempo para leer los libros que tanto nos echaba en cara cuando daba su clase.
Los alumnos salen de la clase como caballos en una estampida y el profesor en letras se pierde en el anonimato del enfervorizado tumulto, escondiéndose bajo su disfraz de personaje importante.
Yo que me quedo sentado. La clase está desierta. De lejos se escucha un enfrascado debate de palabras sin sentido. Cuentos, relatos de fin de semana y falsas historias que sueltan los alumnos por la boca como serpientes asquerosas, manteniendo sus imágenes de cualquier duda de simplicidad ante la sociedad.
Mis ojos se vuelven borrosos y pierdo poco a poco el sentido de la realidad. Noto una paz inmensa y me dejo llevar por la sensación de plenitud, que como sí de una hoja al viento se tratase, me desliza suavemente por una oscura sensación de ingravidez. Me siento bien, descansado, feliz, sin preocupaciones…
La alarma volvió a sonar. Nuevamente, la tranquilidad del sueño, se estropeaba con ese maldito ruido tanta veces odiado. El sol, irrumpiendo maliciosamente por unos del hueco de la persiana, alumbraba con rabia, la placentera oscuridad de la noche.

Javi Cortés

martes, 20 de julio de 2010

El Mar

POESÍA

Tengo un mar dentro.
Lleno de olas y tempestades.
Un mar inmenso.
De redes, espuma y sales .

Tengo un mar dentro.
Océano de miedos y temores.
Un abismo negro
de inexistentes colores.

De anzuelos rotos
y de barcos hundidos.
De miles de trozos
y rumbos perdidos.

Tengo un mar dentro,
origen de la soledad.
Del vacío eterno
y su fría realidad.

Javi Cortés

jueves, 15 de julio de 2010

Las Cuerdas de la Creación

RELATO CORTO

Hoy posteo un relato que da nombre precisamente al blog, escrito aproximadamente en el año 2002. Espero que les sea de su agrado.

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El calor en la habitación era angustioso. Las ventanas cerradas no dejaban que el aire se colara dentro y el olor a sudor y cigarros reunía una atmósfera densa y pegajosa que se había acumulado durante horas.

Latas aplastadas de cerveza se desparramaban por el suelo sucio invadido de restos de cigarros y ceniza. Unas viejas botas negras militares junto a la deshecha cama, caían desordenados encima de los cuadernos del instituto mientras dejaban asomar en su interior, unos sucios calcetines blancos.

Las paredes del cuarto, cubiertas por viejos posters de Iron Maiden y AC-DC, manchaban el original color grisáceo de su pintura por uno más oscuro e irregular. Una destartalada bombilla caía del techo como una araña y daba pequeñas vueltas sobre sí misma realizando varias circunferencias. En la mesa del escritorio se acumulaban cientos de discos tirados al azar entres restos de hamburguesas y papeles arrugados escritos a bolígrafo. Comida mezclada con fracasos de inspiración.

El humo de un cigarro encendido sobre una botella pequeña de plástico recortada que hacía de cenicero improvisado, subía lentamente como un hilo fino tejiendo lazos en el aire condensado, diseñando una triste niebla de vapor.

Carlos, con unos pantalones vaqueros azules lleno de agujeros y una camiseta negra de Pantera, masturbaba el mástil de su guitarra haciéndola gritar de placer. Su pelo, largo y lleno de grasa, se movía suavemente mientras giraba su cabeza observando extasiado las cuerdas de su instrumento. Sus dedos, acariciaban como a una mujer cada nota, cada melodía. Con los ojos cerrados, se mordía el labio inferior como si estuviera realmente gozando sexualmente con aquel acto impuro. Su respiración era pausada y nerviosa, limitada por sus maltratados pulmones llenos de alquitrán y nicotina. Descalzo y con los plantas de los pies llenas de suciedad, daba pequeños saltos como si la música le diera continuos calambres en su cerebro desposeído en aquel instante de toda noción de la realidad.

Ponerse a tocar aquellas notas discordantes era como convertirse en Dios. A pesar de que no siempre sonara a lo que tenía en mente, en su extraña forma de pensar, era como crear vida. En aquel momento, aquellas notas eran la primera vez que sonaban y sus oídos los primeros en escucharlas. Y eso, en su medida, le hacía feliz.

Insultando a Dave Murray con sus dedos sucios llenos de padrastros, hacía vibrar los tensos filamentos de la guitarra con suaves caricias que improvisa a cada segundo. Una nota arriba, otra más abajo y con los párpados pegados al inquieto ojo ocular, parecía adentrarse en un mundo de éxtasis total en donde llegaba a fusionarse con su instrumento.

Sus brazos, perseguidos en su piel por un millón de pequeños tatuajes de vida, sujetaba como a un recién nacido, aquella guitarra que gritaba luz. Su boca, ahora entreabierta, dejaba escapar un halo de humo cargado de dolor. Un abismo se asomaba por su garganta. Un pozo oscuro donde se ahogaban todas sus esperanzas e ilusiones. Cada leve latido era un gemido de su atormentada alma y el deseo de liberación acompañaba a cada una de aquellas notas.

Las dos manos tenían un extraño juego de amor. Se acercaban, se alejaban y se unían. La izquierda, como una tarántula venenosa que se resbalaba por el mástil y la derecha, agarrada a la palanca fuertemente, acariciaba los pulsos que determinaban el ritmo de cada nota, alargando un frío lamento hasta el final.

En aquel instante. Sólo en aquel instante, disfrutaba de aquella sensación galvánica que distorsionaba todo su mundo y que le hacía por unos segundos, poseedor de las cuerdas de la creación.

lunes, 12 de julio de 2010

La hora de las Banderas

ACTUALIDAD

Que España gane un mundial es un acontecimiento histórico. Que España juegue como juegue y domine con su fútbol a todas las selecciones que se le pongan por delante es también histórico pero aún más histórico es ver como personas de todos los lugares del territorio nacional ondean las banderas españolas y sienten esos colores que otrora en muchos rincones fueron tan detestados y perseguidos. Ver banderas españolas en Bilbao, Barcelona, Navarra o en Canarias, es la más clara aceptación de la realidad nacional y un síntoma de que ese miedo que se tiene a la minoría nacionalista que persigue ideas y secuestra la moral de muchos habitantes, se está perdiendo.

Es una alegría ver que algo que nos une a todos, como el deporte, puede limar asperezas y diferencias sociales. Que algo que ocurre cada cierto tiempo y que es un legado de tradición y cultura ancestral que ya en tiempos griegos servía para evitar guerras y realizar pactos o tratados, pueda reunir a tanta gente diferente con un mismo sentir.

A esta realidad se suman también incluso la prensa más radical e independentista, con una clara falta de moralidad y ética. Algo que esperemos sirva para que esa enfermedad que se cura viajando, vaya dejando paso a una globalización a todos los niveles y a una única civilización.

viernes, 9 de julio de 2010

Noche

POESÍA

Rabiosa cuna blanca en la noche
que mece puntos helados de ira.
Tras un recuerdo fugaz, un instante perdido.
Nuevo manto que cae como espuma.

El silencio ya no es música y
cuchillos trae el viento que gira.
Tormenta negra que adormecida llega.
Exhausto cáliz de miel probada.

Javi Cortés.

jueves, 8 de julio de 2010

Improvisada Improvisación

El otro día revisando viejos papeles me topé con un relato corto que había escrito allá por 1993 durante mi etapa en el Instituto, donde realmente me di cuenta que me gustaba esto de escribir.

Leyéndolo, volvieron a mi memoria viejos recuerdos y sobre todo la forma en la que se fraguó dicho relato. Así como las causas que lo motivaron y el fin con el que me presenté al Concurso Literario del Instituto que se celebraba como todos los años.

Lo escribí o lo diseñé durante las aburridas y tediosas clases que sufría con resignación cada día y con el afán de enfrentarme directamente y darle un bofetón en la cara de la manera más digna a profesores que por aquel entonces, me infravaloraban y me catalogaban con su equivocada visión de la realidad, como tantas veces a pasado en muchos casos.

Fue un relato oscuro. Pesimista y lleno de odio y rencor. Pero en mi opinión es algo de lo que más orgulloso estoy de haber escrito y que está lleno de metáforas y descripciones muy interesantes, que con el paso de los años me han llegado a sorprender. Su estructura y desarrollo denota todavía una inmadurez gramática pero el efecto narrativo supera todos esos obstáculos y hace que por aquel entonces uno se sintiera muy identificado con aquella historia.

Falta decir que en el jurado estaban los profesores implicados y que se describen en el relato y que le dieron vencedor del Primer Premio, cumpliendo con mi objetivo.

miércoles, 7 de julio de 2010

La Teoría de Las Cuerdas

CIENCIA

Numerosos científicos a lo largo de los siglos y milenios se han preguntado el origen de las cosas. Babilonios, egípcios, griegos, árabes y un largo etcétera de culturas ha tropezado con la imposibilidad de imaginar que todo nuestro universo había tenido un origen y sobre todo cómo es la estructura y la forma de lo que formamos parte.

Sí la teoría del Bing Bang, tan criticada como aceptada por la mayoría de la sociedad científica fue un avance importante en la construcción de los pilares del origen del Universo. La Teoría de las Cuerdas, es ahora mismo, la teoría en la que la mayoría de los científicos están apoyando sus estudios para poner sobre la mesa un diseño de lo que es en realidad nuestro universo.¿Pero qué es esta teoría? ¿De qué habla?

Bien, teniendo en cuenta que existen cuatro fuerzas fundamentales en el universo: la gravedad, elelectromagnetismo, y las interacciones débil y fuerte. Cada una de estas es producida por partículas fundamentales que actúan como portadoras de la fuerza, como un fotón, que es una partícula de luz que ejerce de mediador entre las fuerzas electromagnéticas. Por lo que cuando un objeto metálico atrae es atraído por imán es porque están intercambiándose fotones.

Y todas estas fuerzas se han explicado bien a nivel microscópico salvo con la gravedad. Es aquí donde la Teoría de Las Cuerdas intenta ocupar ese vacío y de paso pretende ser una descripción completa, unificada, y consistente de la estructura fundamental de nuestro universo.Pues bien, la Teoría de Las Cuerdas asume que las partículas materiales son en realidad "estados vibracionales" de un objeto extendido más básico llamado "cuerda" o "filamento".

La idea esencial es que todas las diversas partículas "fundamentales" del modelo estándar son en realidad manifestaciones diferentes de un objeto básico, osea: una cuerda. Podríamos imaginar entonces que un electrón es un punto. Un punto no puede hacer nada más que moverse. Pero, si la teoría de cuerdas es correcta, utilizando un "microscopio" muy potente nos daríamos cuenta que el electrón no es en realidad un punto, sino un pequeño "lazo", una cuerdita. Una cuerda puede hacer algo además de moverse, puede oscilar de diferentes maneras. Si oscila de cierta manera, entonces, desde lejos, incapaces de discernir que se trata realmente de una cuerda, vemos un electrón. Pero si oscila de otra manera, entonces vemos un fotón, o un quark, o cualquier otra de las partículas del modelo estándar. De manera que, si la teoría de cuerdas es correcta, el mundo entero está formado solo de cuerdas.

Serían en realidad, a falta de confirmar y de numerosos estudios, las cuerdas de la creación.

martes, 6 de julio de 2010

Bienvenidos!!!

Crear un blog es como parir. Dar a luz una idea. Un sentimiento. Y no es tan fácil como algunos piensan. Al menos sí desde este medio pretendes expresar algo que sea leído y entendido. Unas cuantas letras en forma de palabras que vayan dirigidas a cualquier visitante de cualquier parte del mundo.
Unos entenderán y otros interpretarán. La literatura y la poesía, así como cualquier arte, da la libertad que en esta sociedad hoy en día nos pretenden secuestrar. Desde este blog trataremos de expresarnos libremente comentando la actualidad en algunas ocasiones y en otras dejándonos llevar por relatos, poesías e historias que reflejen desde otro punto de vista la noción de la realidad.
A parte de ser una maravillosa oportunidad de dar a conocer mi obra literaria es una ocasión única para la comunicación y el diálogo entre todos los que quieran participar.

Sin más. Bienvenidos a todos.

Javier Cortés.