LO COTIDIANO
Eres un niño. No tienes más de siete años y cuando tu padre te lleva a la playa, el recorrido desde tu casa a aquel sitio inmenso lleno de arena y agua, se te hace tan largo que durante todo el trayecto pasan por tu cabeza mil y una historias llenas de fantasía y de imaginación. La imaginación que hace de un niño la herramienta más poderosa del mundo. Recuerdo con nostalgia, ahora que reproduzco aquel viaje en algo menos de 10 minutos, como sacaba la mano por fuera de la ventana y jugaba con mis dedos modelando el aire y sorteando como un delfín las olas en forma de viento.
Me encantaba ver como la fuerza del aire me empujaba hacia atrás la mano y en un gesto tan sencillo como ahora inexplicable, me pasaba todo el viaje, acariciando con mi mano la brisa del mar. Algo que se repetía entonces en casi todos los niños y que sigue sucediendo hoy en día.
No recuerdo cuando fue la última vez que saque la mano para acariciar el viento pero seguramente coincidirá con el mismo día en que dejé de soñar.